El sembrador es una obra de 1850, realizada por el artista Jean–François Millet, que se conserva en el Museum of Fine Arts, de Boston. La obra nace en un periodo de cambio, en medio del panorama político francés. No queremos en este momento analizar el contexto socio-político, sino ver qué es lo que hace de esta obra, universal y contemporánea. Van Gogh copió mucho el trabajo de Millet, pues lo consideraba su maestro y guía espiritual.
De hecho, es difícil no pensar en el texto bíblico y en las alusiones a la parábola del sembrador. El sol todavía está saliendo cuando el sembrador ya está obrando. Camina, casi corre, avanza con paso decidido hacia la realización de su tarea... aún cuando se trata de una labor de la cual no se sabrá el resultado si no posteriormente. Avanza tan seguro que parece tener la certeza de que su trabajo será llevado a cabo por alguien más, o que su esfuerzo y sacrifico no serán inútiles.
¿O es un loco? ¿Agita sus brazos en la búsqueda desesperada de tierra fértil?
Su cabeza se mantiene alta y firme, no sabemos si sus ojos siguen el movimiento de sus brazos, así como los ojos del artista siguen cada pincelada. Su rostro se pronuncia hacia el frente; este sembrador parece un ciego que deposita su entera confianza en algún buen amigo que lo conduce a casa. En sus brazos vemos sentimientos encontrados: su mano izquierda aferra con decisión el saco, como si llevase consigo alguna especie preciosa, mirra u oro; pero en su brazo derecho y en su mano vemos toda la libertad de quien se abandona en un gesto de gratitud. La semilla se protege, se custodia, pero sólo si muere dará fruto.
“Sembrar es llevar al mundo el deseo de un positivo.”
En el sembrador notamos una tensión de quien tiene conciencia de haber recibido una tarea: lanzar la semilla, o sea anunciar la realidad; no en sentido periodístico informativo, sino como formación de un corazón, de una naturaleza, en sentido biológico. Anunciar la realidad de algo positivo. Así el sembrador deja su mundo, sus pequeñas seguridades y certezas y sale hacia el mundo de su verdadero deseo, ese que constituye el motor de la vida y que le da gusto, fuerza, valor y esperanza frente a todo dolor o dificultad. He aquí pues, el sembrador que sale a sembrar.
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